LEER LOS FRAGMENTOS DE DESCARTES Y RESPONDER LAS PREGUNTAS
Sobre la naturaleza de la mente humana, que es más cognoscible que el cuerpo.
Me esforzaré, sin embargo, en adentrarme de nuevo por el mismo camino que ayer, es decir, en apartar todo aquello que ofrece algo de duda, por pequeña que sea, de igual modo que si fuera falso; y continuaré así hasta que conozca algo cierto, o al menos, si no otra cosa, sepa de un modo seguro que no hay nada cierto. [...]
Supongo, por tanto, que todo lo que veo es falso, y que nunca ha existido nada de lo que la engañosa memoria me representa; no tengo ningún sentido absolutamente: el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son quimeras. ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay nada seguro.
De manera que, una vez sopesados escrupulosamente todos los argumentos, se ha de concluir que siempre que digo "Yo soy, yo existo", o lo concibo en mi mente, necesariamente ha de ser verdad. No alcanzo, sin embargo, a comprender todavía quién soy yo, que ya existo necesariamente; por lo que he de procurar no tomar imprudentemente otra cosa en mi lugar, y evitar que me engañe así la percepción que me parece ser la más cierta y evidente de todas. Recordaré, por tanto, qué creía ser en otro tiempo antes de venir a parar a estas meditaciones, y de ello excluiré todo lo que, por los argumentos expuestos, pueda ser puesto en duda, de manera que sólo quede en definitiva lo que sea cierto y firme. ¿Qué creí entonces ser? Un hombre, naturalmente. Pero, ¿qué es un hombre? ¿Diré que es un animal racional? No, puesto que se habría de investigar qué es animal y qué es racional, y así pasaría de un tema a varios y más difíciles, y no me queda tiempo libre para gastarlo en sutilezas de este tipo.
Aquí me encuentro lo siguiente: el pensamiento existe, y no puede serme arrebatado; yo soy, yo existo: es manifiesto. Pero ¿por cuánto tiempo? Sin duda, mientras piense, puesto que aún podría suceder, si yo dejase de pensar, que dejase yo de existir en absoluto. No estoy admitiendo ahora nada que no sea necesariamente cierto; soy, por lo tanto, en definitiva, algo que piensa, esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una razón, vocablos de un significado que antes me era desconocido. Soy, en consecuencia, una cosa cierta, y ciertamente existente. Pero ¿qué cosa? Ya lo he dicho: una cosa que piensa.
Por lo tanto, llego a la conclusión de que nada de lo que puedo aprehender por medio de la imaginación atañe al concepto que tengo de mí mismo, y de que se ha de apartar la mente de aquello con mucha diligencia para que ella misma perciba su naturaleza lo más definidamente posible.
¿Qué soy? Una cosa que piensa. ¿Qué significa esto? Una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
He aquí que he vuelto insensiblemente a donde quería, puesto que, conociendo que los mismos cuerpos no son percibidos en propiedad por los sentidos o por la facultad de imaginar, sino tan solo por el intelecto, y que no son percibidos por el hecho de ser tocados o vistos, sino tan sólo porque los concebimos, me doy clara cuenta de que nada absolutamente puede ser conocido con mayor facilidad y evidencia que mi mente.
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